
desatar nubes para que
amanezca.
Soltar desde algún rincón
del alma todas las auroras
para invadir la penumbra
y lavarle la mañana
a un presente fugitivo.
Cada mañana nace el día
entre los dolores de la noche,
no hay remedio.
La resurrección del carpintero
carece de valor ante cada
niño que sonríe o que sufre.
Esa resurrección
de cada manito inocente
convoca los tambores
del músculo implacable
del amor.