La misión de un testigo es contar lo que ha visto.
He visto -como Gisnberg-
a los mejores de mi generación
"desaparecer" en las garras
de los asesinos. También
los he visto caer en los
abismos
de la locura;
los he visto transformarse
en traficantes de su propia
alma;
los he visto olvidar
el horizonte
cegados por montañas
de basura;
los he visto permitir
la destrucción del futuro
(pluscuam imperfecto)
y jactarse de su hazaña.
He visto a los mejores
de mi generación
enterrar revoluciones
en cuentas de banco,
en pequeñas comodidades,
en un plato de lentejas.
He visto al que
soplaba en el viento
cantar ceremonioso
ante el representante
de un dios (¿Dios?)
terrible y cínico.
He visto al dolor
adueñarse de la pureza,
he visto cómo maldicen
al amor
y bendicen comprensivos
la tortura.
He visto a una manada
de humanos
gritando "gol"
con las panzas vacías
mientras esperan
pacientes
el furgón
del servicio prepago
de pompas fúnebres.
Y vengo a contar
lo que he visto
bajo juramento de
decir la verdad
y luego callar.