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Son como olitas
de tinta que se van
dibujando desde la infancia.
Se extienden por los cuadernos
balbuceantes de los niños,
los cuadernos ardientes de los poetas
o los efímeros apuntes del comerciante.
Bailan en las cartas de amor
o tiemblan en los adioses cobardes.
La letra cursiva,
la desterrada de la contabilidad,
calificada y perfecta en las computadoras,
temblorosa en las firmas de los ancianos,
dejará su marca en alguna lágrima de papel
y sal.
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