jueves, 21 de diciembre de 2006

LA ESQUINA

Hacía tiempo que buscaba esa esquina. Jamás pensó que estaba tan cerca.

Caminar una ciudad puede ser agotador o fascinante, después de todo la diferencia está en las intenciones. Andar de comercio en comercio, buscar direcciones, hacer diligencias, pretender achicar los valores de la relación espacio-tiempo. Eso es degradante, se acerca a la sinrazón.

Ir dibujando los accidentes de los cordones, acertar las edades de las casas, consignar las diferencias entre los adoquines. Espiar en las cortadas cómo los yuyitos van invadiendo el pavimento, acertar las profundidades de las zanjas. Llevar una estadística, un tanto vaga por supuesto, de las miradas de las muchachas de cada barrio. Eso se asemeja un poco más a la vida, se acerca al tiempo.

Sin embargo esa esquina, que sabía que existía, que esperaba encontrarla, no podía calcularla tan cerca, tan a mano.

Las voces de los amigos se habían apagado poco tiempo después que el amor. Sin peleas, sin disgustos, sencillamente se fueron alejando, esfumando, como saliendo de una frecuencia. Así, las horas comenzaron a perder distancia, las distancias, el tiempo, fueron perdiendo sentido.

Luego del cierre de la empresa, de intentar otros sinsabores laborales, la ciudad empezó a hacérsele infinita, sin salida, un compendio de edificios y bocinas.

Desde su juventud que no buscaba con decisión esa esquina. Algunos dolores le hacían recordar que debía encontrarla, aunque nunca lo tomó como un a obligación, siempre lo tenía presente.

Haberla encontrado tan cerca no estaba en las cuentas. Tal vez debió haber ocurrido antes, hubiera ahorrado dolores, desesperanzas, angustias. Pero esa esquina nunca se encuentra antes.

La reconoció al instante. Llegó a darse cuenta de la marca del coche, hasta parece que vio la cara de desesperación del conductor. Así debía ser, esa era la esquina sin duda, la última, la del final. Murió antes de que llegue la ambulancia, como debía ser.

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