martes, 11 de enero de 2011

Suenan tambores...


El ejercicio sencillo de amanecer-atardecer
se descuelga con regularidad.

La calle mojada ha convertido
a la ciudad en un infinito juego de espejos
que reproduce las vergüenzas.

Los sonidos se entrecruzan
como una orquesta enloquecida,
destronando los pensamientos
en una bacanal en que,
uno a uno,
son guillotinados los sueños
y sus amantes, las esperanzas.

Todos buscan un bonaparte
que afiance la locura
y nombre condes y duques a cada delincuente.

Suenan tambores que no quiero escuchar.